El Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco: Disputas históricas y políticas: En la década de 1950, con la recién inaugurada construcción del Centro Urbano Presidente Alemán (1949), la Unidad Habitacional Santa Fe (1957) y la creación de Ciudad Universitaria (1952), se consolida en México la etapa de aplicación proyectual del Movimiento Moderno en arquitectura, marcando la transición definitiva hacia una nueva concepción del habitar colectivo y la planificación urbana integral.
En esos años, transcurridas casi tres décadas desde el triunfo de la Revolución Mexicana, las necesidades identitarias presentes en algunas expresiones sociales se matizan o abandonan. Incluido en este proceso se encuentra aquel racionalismo radical delineado en los años treinta por Juan O'Gorman y Juan Legarreta, el cual cede paso a una práctica arquitectónica cada vez más desvinculada de su entorno construido, simbólico, social y cultural. Paralelamente, las exigencias crecientes del Estado mexicano para posicionarse de manera inercial en el pedestal de país moderno, periférico y occidental, inciden en grandes esfuerzos por realizar obras arquitectónicas, urbanas y de infraestructura a una escala y ritmo sin precedentes en Latinoamérica.
De esta forma, todas las instituciones de gobierno operan bajo ese ideal de país: el de "construir", al precio que fuera, la modernidad mexicana. Para tales fines, el gobierno hace uso —más como mecanismo propagandístico que funcional— de esa recién instaurada perspectiva proyectual de la arquitectura moderna, cuyo propósito máximo es la creación de un nuevo lugar, tanto físico como simbólico, donde la vida moderna pueda efectivamente tener lugar, situando a sus autores, los arquitectos, en la cercanía inmediata del poder político.
Mario Pani y la consolidación del urbanismo moderno mexicano: En este contexto, Mario Pani Darqui (1911-1993) representó para la clase gobernante mexicana una suerte de gurú de la modernidad. Para mediados de los años cincuenta, Pani contaba ya con referentes arquitectónicos realizados desde los postulados del Movimiento Moderno: el Conservatorio Nacional de Música (1946), el Centro Urbano Presidente Alemán (1949) —primer multifamiliar moderno de México con 1,080 departamentos— y múltiples proyectos que lo consolidaron como el arquitecto-urbanista más influyente del período posrevolucionario.
Para ese entonces, la Ciudad de México se encuentra en plena reestructuración bajo el período administrativo de Ernesto P. Uruchurtu (1952-1966) —la versión mexicana del Barón Haussmann— quien implementa una política urbana de "orden y progreso" que transforma radicalmente la fisonomía capitalina. Dentro de las numerosas reformas y proyectos a realizarse se contempla la construcción de un centro urbano-habitacional de grandes dimensiones insertado dentro de la estructura urbana existente de la ciudad. Este megaproyecto, pensado para la clase media en ascenso —trabajadores gubernamentales en su mayoría— y promovido por el ISSSTE, financiado por el Banco de México, contaría con todos los soportes y servicios necesarios: transporte, educación, alimentación, recreación, salud y comercio.
Concepción y planificación del megaproyecto: La realización del megaproyecto del centro urbano fue encomendada a Mario Pani, quien junto con un grupo de colaboradores y asociados —entre ellos el ingeniero Raúl Cacho— desarrolla una propuesta que incluye en su totalidad varias fases de construcción y un desarrollo urbano expansivo y altamente transformador dentro de la trama urbana de la Ciudad de México de los años cincuenta.
El actual Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco corresponde, aún con su imponente escala y magnitud, únicamente a la primera fase de un proyecto de dimensiones considerablemente mayores, frustrado por la incapacidad económica del gobierno mexicano para financiarlo. El proyecto completo suponía una gran sutura urbana de la ciudad, extendiéndose hasta la antigua estación de ferrocarriles de San Lázaro —terrenos que hoy ocupan el recinto de la Cámara de Diputados y el edificio del Poder Judicial de la Federación en la delegación Venustiano Carranza—, configurando un corredor habitacional de aproximadamente 6 kilómetros de longitud.
El sitio establecido como perímetro para el desarrollo del Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco fue una zona altamente marginada perteneciente al Sindicato Nacional de Ferrocarrileros, localizada naturalmente en Tlatelolco. La expropiación de estos terrenos, habitados por familias ferrocarrileras en condiciones precarias, representó uno de los primeros grandes desplazamientos urbanos modernos en México, generando tensiones sociales que prefiguraban las contradicciones inherentes al proyecto.
Características técnicas y arquitectónicas del conjunto: El megaproyecto contempló la construcción, dentro de un predio de aproximadamente 960,000 m², de más de 11,916 departamentos distribuidos en tres tipologías o versiones arquitectónicas: edificios de cuatro niveles (tipo "pasillo"), de ocho y trece niveles (tipo "dúplex" y apartamentos convencionales), incluyendo cuartos de servicio y locales comerciales en sus "plantas bajas libres" según los principios lecorbusianos de los pilotis.
Un total de 102 edificios conforman el conjunto, agrupados en tres supermanzanas y articulados por ejes viales norte-sur y oriente-poniente que responden a una retícula ortogonal modernista. Esta configuración urbanística buscaba romper con el tradicional trazado en damero colonial, proponiendo en su lugar una ciudad funcional basada en la separación de flujos vehiculares y peatonales, la creación de grandes espacios verdes comunitarios y la zonificación por usos.
Los edificios, además de los dedicados exclusivamente a vivienda, contemplaban estructuras específicas para estacionamientos cubiertos (con capacidad para aproximadamente 2,500 vehículos), escuelas primarias y secundarias, guarderías infantiles, hospital del ISSSTE, centros deportivos con albercas y canchas, cines, teatros, edificios administrativos, oficinas de correos, mercados y una iglesia. Esta infraestructura pretendía materializar el concepto de la Unité d'Habitation de Le Corbusier y las propuestas de las supermanzanas contempladas en la Carta de Atenas (1933), convirtiendo al conjunto en una "ciudad dentro de la ciudad", autosuficiente y autónoma.
Sistema estructural y soluciones técnicas: Desde el punto de vista estructural, el conjunto representa un laboratorio de experimentación con el concreto armado y los sistemas de prefabricación. Los edificios fueron diseñados con estructuras de marcos rígidos de concreto reforzado, utilizando losas reticulares y sistemas de cimentación por pilotes y cajones de compensación adaptados a las complejas condiciones del subsuelo lacustre de la Ciudad de México —zona II y III según la clasificación geotécnica actual—.
La repetición modular de los departamentos permitió la estandarización de elementos constructivos y la implementación de sistemas de prefabricación parcial, adelantándose a las técnicas industrializadas que se desarrollarían más ampliamente en las décadas siguientes. Las fachadas, predominantemente resueltas con celosías de concreto, ventanales corridos y acabados en pasta, reflejan el vocabulario formal del Estilo Internacional adaptado al clima y contexto mexicano.
Construcción e inauguración: Las obras de construcción del conjunto iniciaron en 1958 a cargo de Ingenieros Civiles Asociados (ICA), siendo terminadas completamente en 1964 e inauguradas el 21 de noviembre del mismo año por el entonces presidente Adolfo López Mateos. La construcción del conjunto requirió la demolición total del tejido urbano preexistente, incluyendo viviendas, vecindades y la infraestructura ferroviaria que caracterizaba la zona, borrando prácticamente cualquier vestigio de la vida comunitaria anterior.
Mario Pani, en un número especial de su revista Arquitectura-México dedicado al Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco, lo describió paradójicamente como "la creación de una comunidad fuerte", argumentando que constituía una mini-ciudad en la que las diferentes clases sociales podían convivir juntas en armonía. Esta visión, profundamente optimista y tecnocrática, ignoraba las complejas dinámicas sociales, económicas y políticas que determinarían el futuro del conjunto.
La carga simbólica del sitio: Tlatelolco como palimpsesto de tragedias: Hoy día, cualquier referencia al Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco —comúnmente llamado simplemente "Tlatelolco"— no remite precisamente a la exposición o conocimiento de sus funciones, cualidades estéticas, culturales, históricas, políticas o urbano-arquitectónicas que desempeña o suscitó. Nos remite, indistintamente, a la idea de desgracia y desventura. Bastaría con consultar tanto a quienes viven en el Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco en particular, como a los habitantes de la Ciudad de México en general, para advertir la estampa de infortunio que cobija el complejo urbano. Revisemos brevemente aquellos acontecimientos que permean la intelección del mismo.
Méxihco-Tlatelolco: la conquista y el nacimiento violento del mestizaje: Como sabemos, el 13 de agosto de 1521, Hernán Cortés ordenó la ofensiva final contra el reducto mexica-tlatelolca localizado en la ciudad de México-Tlatelolco, ciudad gemela de México-Tenochtitlan y centro comercial más importante de Mesoamérica. Un ejército de más de 150,000 hombres —la mayoría de ellos naturales de pueblos y grupos aledaños, antiguos conocidos y enemigos de los mexicas— comandados por los ibéricos, arrasó con la ciudad prendiéndole fuego y aniquilando a sus defensores.
Autores anónimos de Tlatelolco escribieron en 1528 la relación de la conquista conocida como los Anales de Tlatelolco. El documento, escrito en náhuatl, se encuentra resguardado en la Biblioteca Nacional de París y fue digitalizado el año pasado por una comisión de investigadores mexicanos. El panorama de Tlatelolco descrito en esa obra refleja una ciudad devastada, cuantificando más de 40,000 mexicas-tlatelolcas muertos. En 1527, el principal templo mexica encontrado en México-Tlatelolco fue demolido y, en su lugar, con sus mismas piedras y con las mismas manos que lo construyeron, los españoles levantaron el primer templo cristiano de la zona: el Convento de Santiago Tlatelolco, sede del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, primera institución de educación superior en América.
Una placa gubernamental colocada en la Plaza de las Tres Culturas —diseñada por Mario Pani y el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez como espacio de convergencia simbólica entre el pasado prehispánico, colonial y moderno— apunta lo siguiente:
"No fue ni triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy."
Esta interpretación oficial, sin embargo, ha sido ampliamente cuestionada por historiadores y activistas indígenas, quienes la consideran una narrativa que suaviza y romantiza un genocidio histórico.
La masacre estudiantil del 2 de octubre de 1968: Días antes de inaugurados los Juegos Olímpicos en la capital del país, Tlatelolco reviviría un derramamiento de sangre que marcaría indeleblemente la historia mexicana contemporánea. La matanza ocurrida el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas fue una represión militar organizada directamente por el gobierno mexicano contra grupos estudiantiles que, en fechas anteriores, se manifestaron públicamente por las calles de la ciudad exigiendo, entre otras demandas, respeto a la autonomía universitaria, la liberación de presos políticos, la destitución del jefe de policía, la desaparición del cuerpo de granaderos y la libertad de los estudiantes de la Preparatoria 1 (San Ildefonso) detenidos por el ejército.
La Secretaría de Gobernación, a cargo de Luis Echeverría Álvarez —quien posteriormente sería presidente de México—, respondió contundentemente enviando al ejército y toda su estructura policíaca-paramilitar, incluyendo al grupo de choque conocido como el "Batallón Olimpia", para poner fin violentamente al prolongado conflicto estudiantil. La cantidad exacta de estudiantes, trabajadores y civiles asesinados no ha sido posible esclarecerla. Algunos estimados apuntan a más de 300 víctimas, mientras que las fuentes gubernamentales reportaron inicialmente entre 20 y 40, cifra que la investigación histórica posterior ha desmentido categóricamente.
La arquitectura moderna del conjunto jugó un papel paradójico durante la masacre: los edificios circundantes se convirtieron en trampas mortales cuando francotiradores apostados en sus azoteas dispararon contra la multitud congregada en la plaza. La plaza misma —concebida como espacio de encuentro cívico y celebración comunitaria— se transformó en escenario de horror. Este acontecimiento plantea interrogantes fundamentales sobre la responsabilidad de la arquitectura y el urbanismo moderno cuando son instrumentalizados por regímenes autoritarios.
El sismo del 19 de septiembre de 1985: el colapso técnico y moral: El 19 de septiembre de 1985, a las 7:19 de la mañana, la Ciudad de México sufrió un sismo de magnitud 8.1 en la escala de Richter con epicentro en las costas de Michoacán. El edificio Nuevo León del Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco —uno de los más altos del conjunto con 13 niveles— se colapsó completamente, asesinando instantáneamente entre 200 y 300 personas. Once edificios más del conjunto presentaron severos daños estructurales, lo que propició la decisión de demolerlos posteriormente. Cuatro edificios adicionales necesitaron trabajos de reducción de su altura original, y en el resto se realizaron trabajos de reforzamiento estructural.
El derrumbe del edificio Nuevo León es atribuido, entre múltiples factores, a la serie de deficiencias encontradas en su construcción, mantenimiento y supervisión. Entre 1979 y 1980 se apreció una inclinación progresiva del inmueble, asociándola a fallas en la cimentación que no era capaz de contrarrestar adecuadamente las características del subsuelo blando lacustre donde se plantaba. Los pilotes utilizados resultaron insuficientes en longitud y capacidad de carga, y el sistema de compensación no respondió adecuadamente a los asentamientos diferenciales que presentaba la zona.
Igualmente, según peritajes post-sísmicos realizados tanto por especialistas nacionales como internacionales, la corrupción, el uso de materiales de calidad inferior a la especificada en proyecto, el desinterés sistemático por parte de las instancias gubernamentales encargadas de su mantenimiento y supervisión, así como modificaciones estructurales no autorizadas realizadas por algunos habitantes, propiciaron parte de la tragedia. El desastre del edificio Nuevo León se convirtió en el símbolo del fracaso de la utopía moderna y de la corrupción institucional que caracterizó al sistema político mexicano.
Degradación contemporánea: la arquitectura y urbanismo modernos y sus aspiraciones: En la actualidad, el Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco continúa irremediablemente la senda de la degradación física, social y urbana. La falta de mantenimiento superficial y profundo en edificios, andadores, explanadas y áreas verdes-jardines; la ausencia de accesibilidad universal —nunca planteada originalmente y menos resuelta— acrecentada hoy con una población de la tercera edad en ascenso; la carencia de luminarias funcionales en el sistema de alumbrado público; los ineficientes servicios de recolección de basura; el crecimiento del comercio ambulante; la inseguridad; el pandillerismo; la venta de drogas; y un largo etcétera de problemáticas urbanas contemporáneas conforman la realidad cotidiana del conjunto.
Desde el punto de vista arquitectónico-urbano, el conjunto presenta problemáticas típicas de los grandes desarrollos modernistas: escala deshumanizada, espacios públicos residuales sin apropiación comunitaria, falta de permeabilidad urbana, segregación funcional extrema, ausencia de diversidad de usos y actividades, dificultades de orientación espacial debido a la repetición formal de los edificios, y deterioro acelerado de las infraestructuras comunes que nadie considera propias —la tragedia de los comunes aplicada al urbanismo moderno—.
Un caso excepcional dentro de este panorama de abandono representa la creación del Centro Cultural Universitario Tlatelolco por la UNAM en 2007, a raíz de la donación de las antiguas instalaciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Este complejo cultural, que incluye el Memorial del 68, la Colección Stavenhagen y diversos espacios expositivos, representa un intento institucional por resignificar el espacio y rescatar la memoria histórica. Sin embargo, este esfuerzo aislado no ha logrado revertir la tendencia general de deterioro del conjunto.
Lo demás plantea únicamente una atmósfera de desconcierto y resignación administrada, esperando acaso el nuevo acontecimiento que termine por acrecentar o alimentar la historia trágica acostumbrada del sitio.
Interrogantes críticas sobre modernidad, arquitectura y poder: Las preguntas paralelas a la idea o noción del Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco son vastas, complejas y permanecen vigentes, siendo históricas, políticas, emocionales, simbólicas, religiosas, técnicas y urbano-arquitectónicas:
¿El Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco representa la suma del estrepitoso fracaso de la modernidad —incluida la arquitectónica— en México? ¿Por qué uno de los espacios públicos más conspicuos de la modernidad arquitectónica mexicana resultó ser el espacio ideal para una masacre de estudiantes? ¿Son necesarios más motivos para aludir y confirmar lo nocivo de las alianzas entre el Movimiento Moderno en arquitectura y gobiernos abiertamente aspirantes al totalitarismo y estructuralmente corruptos?
¿Puede la arquitectura moderna, con sus pretensiones universalistas y su fe tecnocrática, ignorar impunemente el contexto histórico, social y simbólico de los lugares donde se implanta? ¿Qué responsabilidad tienen los arquitectos y urbanistas cuando sus obras son instrumentalizadas por el poder para ejercer control, represión o propaganda? ¿Es posible redimir espacios arquitectónicos marcados por tragedias múltiples, o están condenados a cargar eternamente con el peso de su historia?
Tlatelolco como síntoma y símbolo: El Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco no es simplemente un fracaso arquitectónico o urbanístico; es un síntoma profundo de las contradicciones de la modernización mexicana: autoritarismo político disfrazado de progreso, desplazamiento social presentado como renovación urbana, utopías arquitectónicas desvinculadas de realidades socioculturales, y la instrumentalización de la arquitectura moderna como herramienta de control y propaganda estatal.
Técnicamente, el conjunto representa tanto los logros como las limitaciones de la arquitectura moderna en México: la capacidad de construir a gran escala con sistemas industrializados, pero también la fragilidad estructural derivada de la corrupción; la ambición de crear ciudades autosuficientes, pero la incapacidad de generar comunidades verdaderamente cohesionadas; la pretensión de universalidad formal, pero el desconocimiento de las particularidades del lugar.
Tlatelolco permanece como un palimpsesto urbano donde se superponen capas de violencia, utopía, fracaso y resiliencia. Su arquitectura moderna, lejos de liberarse de la historia, se encuentra irremediablemente atrapada en ella, convirtiéndose en testigo pétreo de las tragedias que el sitio ha presenciado a lo largo de cinco siglos.