Explicar y ponderar el concepto de democracia y participación ciudadana dentro de un contexto de sociedad en profunda crisis como la nuestra, la mexicana, acotada en un cercano y desolador proceso electoral no es tarea fácil.
Y aún, el extender puentes entre estos conceptos de decisión y participación, cualesquiera, y el funcionamiento de mecanismos desde disciplinas recurrentemente no afines o no asociadas a esquemas democráticos o participativos como lo es naturalmente la arquitectura, es una empresa igual o mayormente complicada. Dentro de nuestra sociedad occidentalizada hay dos modelos de democracia: La democracia directa o participativa y la democracia representativa.
La democracia participativa, en su concepción más difundida, es el intento de extensión de los mecanismos de decisión política, es decir el traslado de la democracia del ámbito del estado hacia la sociedad. Este esquema de relación social se caracteriza por la participación directa de los ciudadanos en la regulación de las instituciones claves de la sociedad, teniendo como primordiales ejes de funcionamiento la integración de los ciudadanos mediante mecanismos de asambleas populares, plebiscitos, referendos, consultas populares, etc. En la democracia representativa, la ciudadanía delega la soberanía o la administración pública a una minoría de representantes elegidos de forma periódica mediante elecciones. Estas autoridades en teoría deben actuar en representación de los intereses de la ciudadanía que los elige para representarlos. En este sentido, la democracia participativa, que se asocia con la democracia directa representa la contra parte al esquema hegemónico democrático occidental de democracia representativa. Así la democracia participativa aboga por mecanismos mediante los cuales las decisiones no son delegadas o representadas sino tomadas directamente a través de sistemas o mecanismos de electorales.
Por otro lado el modelo de sociedad "democrática" actual, en el que estamos inmersos, es mayoritariamente antiparticipativo. Este diagnóstico no solo es válido para el ámbito puramente político, similares situaciones operan en instancias culturales, educativas y profesionales, la arquitectura naturalmente incluida, fundamentándose en el principio de evasión de responsabilidades democráticas o en la instrumentación ineficiente de mecanismos de participación ciudadana brindando con ello autoridad a otros, una minoría. Esta práctica no ofrece espacios auténticamente abiertos a la participación de ciudadanos, en el que ocupan un lugar excesivo la conformidad, el acatamiento acrítico de tradiciones y normas absurdas, el amoldamiento pasivo, la comodidad o el egoísmo, que traban las posibilidades de crecimiento comunitario y conducen a una homogeneización social de efectos nefastos tanto a nivel individual como colectivo.
Pensar en una genuina participación dentro de procesos democráticos es asumir nuestro puesto como ciudadanos que intervienen en la toma de decisiones, principalmente en la esfera pública, en la que es fundamental preservar la igualdad de derechos como la libertad para ejercerlos, tanto en la vida institucional como en la no institucional. La participación democrática de todos tiene que ver, naturalmente, con múltiples esferas relacionadas con el trabajo productivo, el consumo, la enseñanza, la cultura, la recreación, la vida cívico-política, la organización de la vida familiar, etc. Así mismo, es posible lograr elevados niveles de participación cuando median algunas circunstancias, como la presencia de una motivación fundada en la conciencia de problemáticas específicas, la fuerza determinante del contexto histórico. El ambiente social dominante, es un primer elemento que facilita o dificulta la participación. Parece bastante claro que detrás de toda experiencia participativa existe un tejido social, un núcleo de ciudadanos que realizan una tarea continuada y frecuente, aunque muchas veces no se vea. Personas que actúan a pesar de un entorno que se muestra, con mucha frecuencia, indiferente, abiertamente hostil.
Desde esta perspectiva algunas experiencias en la esfera del diseño arquitectónico en su acepción de configuración y construcción del hábitat nos ofrecen pistas valiosas para ponderar la noción de democracia y participación ciudadana en un ámbito distinto al político. Comúnmente la arquitectura ya sea en su instancia profesional, pedagógica o cultural asume una preocupación desmedida por las consideraciones del diseño, ya sea en la creación o especulación de espacios y formas así como en la producción, distribución o explotación masiva de imágenes vinculadas a espacios, elementos u objetos arquitectónicos. La gestión, conformación y construcción social del hábitat representa una plataforma de múltiples experiencias metodológicas cualitativas que auxilian en la identificación de las percepciones reales de los usuarios o demandantes de vivienda u otros espacios, encontrando dentro de este espectro de manifestaciones sociales mecanismos de relación e interacción “democrático-participativos” empleados entre los grupos demandantes de espacios o proyectos y el grupo o equipo “solicitante” de opciones laborales o de ejercicio profesional, auxiliándose así en la planificación, gestión y construcción de proyectos específicos. Los mecanismos democrático-participativos empleados en la obtención de espacios para el habitar aluden a una serie de procesos mediante los cuales los actores involucrados se inscriben en dinámicas de manipulación de experiencias estableciendo acuerdos, fijando y alcanzando objetivos y satisfaciendo demandas, naturalmente por y desde la esfera pública. Demostrando que la aplicación de propuestas especializadas planificadas, apropiadas y conformadas desde el punto de vista colectivo a requerimientos particulares de espacio representan instancias ideales para dimensionar su verdadera trascendencia, que en el supuesto, este tipo de prácticas favorece el constante ejercicio del "entendimiento y concientización" de los participantes acerca de la importancia de participar e integrarse en la configuración de condiciones óptimas para su desenvolvimiento social en el largo plazo.
Los mecanismos democrático-participativos, sea en arquitectura o no, posibilitan plataformas de comunicación y dialogo, de reflexión colectiva lo cual permite alcanzar propuestas mayormente efectivas para problemas socialmente comunes, pero igualmente no podemos soslayar la serie de riesgos que practicas democrático-participativas pueden suponer en escenarios sociales y culturales como el nuestro. Al final el reto es desmembrar las condiciones de ejercicio y concentración de poder, a sabiendas de los roles y responsabilidades -compartidas o no- que dentro de una interacción tan compleja de actores e intereses pueda presentarse.
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