Cualquier entorno natural al hombre, desde la perspectiva de su control, dominio o uso, es un entorno susceptible a la guerra. La guerra acontece en el mar, en el bosque, en el desierto, en el aire, en la montaña, en los paisajes nevados, pero ¿Por qué casi siempre la guerra termina con la toma o la destrucción de una ciudad? ¿Es acaso pertinente interrogar sobre por qué la guerra destruye a la ciudad, a una ciudad? ¿No se incurre en superficialidad o en un sinsentido cuando la idea misma de guerra tiene por sinónimo la violencia, la destrucción, la aniquilación?
El ejercer violencia sobre la ciudad, tomar su control político, robar sus bienes, desarticular o modificar su funcionamiento y significado, expulsar o asesinar a sus habitantes o incluso destruirla, son dimensiones usuales dentro de un contexto de guerra. Estas mismas dimensiones de ejercicio de violencia sobre la ciudad, se han observado en todas las culturas del mundo y dentro de todos los periodos históricos: Ur, Babilonia, Atenas, Alejandría, Roma, Cartago, Constantinopla, Bagdad, Tenochtitlán, París, Berlín, Stalingrado, Nagasaki, Mosul, Damasco o Gaza, por citar algunas, han sido escenarios de destrucción o profunda transformación por causas de guerra.
Frente a la idea común de guerra, su comprensión es siempre inmediata y contundente. De manera general, hace referencia a un tipo de conflicto social que, superando las instancias de mediación pacífica de diferencias, su resolución será posible únicamente por la vía la violencia. Por lo tanto, la guerra trata de una de las formas de conflicto social y político de mayor gravedad a la que pueda enfrentarse cualquier grupo humano.
Intentando aminorar la preponderancia de la definición teórica de los conceptos como medio para posicionarse e interpretar determinado fenómeno social y optando por ponderar la manera en que ellos, los conceptos, operan y se movilizan, una caracterización posible sobre los efectos y las relaciones que se establecen en la instrumentación del concepto de guerra, es la referida a que su esencia y verdad se sitúa y acontece en el deseo de dominación y que se manifiesta, entre otras cosas, en la pretensión de aniquilación, en el desafío por imponerse y vencer frente a la opción de perder, ser dominado o incluso aniquilado. Bajo lo anterior, la guerra no solo puede ser contingencia, choque, destrucción o muerte, es la representación de una interacción sobre la cual alguien deberá ser derrotado y alguien más ejercerá en lo posterior, sobre ellos y como resultado, una posición de dominación y hegemonía.
Interrogar sobre la motivación para destruir una ciudad dentro del contexto de una guerra plantea necesariamente muchas más líneas de comprensión que las comúnmente usuales y dictadas por las abstracciones del concepto de guerra. Por lo tanto, la destrucción de la ciudad, no puede constituirse ni entenderse únicamente desde una dimensión material.
Entonces, la guerra encuentra en esa estructura identificada como ciudad, el ámbito de representación más eficiente de la colisión entre el deseo de dominación y la natural reacción de oposición a ese mismo deseo. Y esto sucede porque la ciudad alberga los principales espacios de organización y toma de decisiones de las élites que sustentan, o bien el deseo de dominación sobre un adversario, o también, el antagonismo y la resistencia al mismo deseo. Igualmente, la ciudad generalmente es el entorno para albergar diversas instalaciones que, por su utilidad y relevancia, se constituyen en objetivos deseados para ser atacados o defendidos dentro del curso de una guerra: complejos industriales, centros hospitalarios, cuarteles militares, así como diversos símbolos y objetos urbanos que soportan parte de la identidad social, cultural o histórica de la ciudad.
Bajo esta interpretación funcional y simbólica, la posibilidad para el control, el avasallamiento o la destrucción de la ciudad, resulta fundamental para la consecución del deseo de dominación. Tomar o destruir la ciudad resulta, dentro de una guerra, la demostración más contundente para saberse vencedor y ejercer una dominación.
Por todo lo antes mencionado ¿La destrucción sistemática de Gaza, perpetrada por el Estado de Israel y con la complicidad de las hegemonías occidentales, se inscribe dentro de una disputa entre el deseo de dominación y la natural reacción de oposición a ese mismo deseo? -No.
Gaza es una ciudad vencida, ocupada y dominada por el Estado de Israel desde la Guerra de los 6 días, en 1967; Gaza es una ciudad sin mandos políticos o militares relevantes; Gaza es una ciudad con una población sometida a la subsistencia y que no puede constituir ningún tipo de amenaza política o militar; Gaza es una ciudad sin infraestructuras efectivas y comprobadas de defensa o ataque; Gaza es una ciudad con un bloqueo comercial y económico; Gaza es una ciudad sin capacidad para el auto abasto de comida y productos de primera necesidad; Gaza es una ciudad sin industria; Gaza es una ciudad con una red de servicios básicos como agua potable, drenaje o energía eléctrica críticos, o en absoluta dependencia con terceros.
Pero entonces ¿Cuál es el interés real del Estado de Israel para destruir la ciudad de Gaza? -Llevar a la práctica una serie de acciones, encubiertas en la idea de derecho de defensa, dirigidas a un acoso, expulsión y aniquilación sistemática de la población de gazatíes de religión musulmana suní con la intención de hacerla, bajo el ideal del mismo Estado de Israel, una región homogénea en etnia y religión.
¡No es una guerra, es genocidio!
Fotografía: © Abed Khaled / AP. Un hombre sentado sobre los escombros observa la escena de destrucción producida por los ataques aéreos israelíes en el campo de refugiados de Jabalia, norte de la Franja de Gaza, el 1 de noviembre de 2023.