El martes 20 de agosto despertamos con diversas noticias y encabezados en la prensa nacional, muchas de ellas resultaron fuertemente citadas en redes sociales: Convoca Cárdenas a impedir cambios a la Constitución; Sin clases más de 2 millones por el conflicto magisterial; Continúan los asesinatos de civiles en Egipto por parte de militares; Entregarán el premio Corona de Oro a José Emilio Pacheco. Para muchos, más dentro del ámbito de la arquitectura, estas notas resultaron como de costumbre aisladas y sin mayor importancia. En este mismo día la noticia sobre la presentación del proyecto Corredor Turístico y Cultural Luis Barragán publicada por la Jornada de inmediato atrajo atenciones y de facto activó asperezas, reproches y diversos comentarios en fb y tw. El proyecto, planteado para Tacubaya y anunciado por el Jefe Delegacional de Miguel Hidalgo incluye tratamiento a las viviendas, mejoramiento de comercios, reordenamiento de ambulantes, rehabilitación de paraderos y la recuperación de espacios públicos con miras a montar un barrio turístico que incluye entre otras atracciones la casa Barragán. Sin especificaciones mayores sobre los despachos u oficinas que participan en el diseño, tendrá un costo estimado de 100 millones de pesos y fue desarrollado bajo la modalidad "políticamente eficaz y discreta" de asignación directa.
Contrario a la opinión generalizada la cual señala como desafortunado, desmesurado y atroz al proyecto de Corredor Turístico, considero con prudencia que el mismo plantea algo significativo. Este proyecto tiene el potencial de poner en la mesa de discusión algo que va más allá de la naturaleza misma del proyecto presentado y que incluye naturalmente la obra de Barragán. El Corredor Turístico y Cultural Luis Barragán plantea una discusión que interroga en múltiples direcciones. Pero en esta ocasión no trata sobre los hechos, reales o supuestos, que motivan a la clase política gobernante de la Ciudad en solicitar el desarrollo de una propuesta "integral" en Tacubaya, la cual involucra o invoca a un Barragán y todas sus cargas simbólicas, aceptables o trasnochadas. No sobre el esquema compositivo y sus posibles causas, finalidades o razones -mayormente desconocidas- planteadas en el Corredor Turístico y Cultural. Tampoco sobre la exigencia, común y necesaria, en transparentar la designación de obras en la Ciudad de México y el resto del país, o la negativa dentro de la administración pública en emplear instrumentos democráticos que apelen a situaciones de igualdad y objetividad en la selección de oficinas o despachos y que se busque con esto mayor calidad o pertinencia en los proyectos de arquitectura.
La discusión, advierto, que resulta valiosa dentro del contexto menguado de la crítica arquitectónica, parte del reconocimiento real sobre la obra de Luis Barragán como una de cualidades excepcionales, trascendente dentro de los idearios historiográficos de la arquitectura -y estética- mexicana contemporánea y el reto de ésta para integrarse -cuando sea necesario y viable- como verdadero patrimonio material o arquitectónico a las actuales dinámicas y exigencias maltrechas de la ciudad de México. Es decir, el proyecto del corredor turístico interroga, más allá de sus cualidades, sobre las maneras posibles de interacción con la obra de Luis Barragán desde la arquitectura misma.
Pero ¿Cómo interacturar hoy con la obra de Luis Barragán desde otras obras de arquitectura, desde nuevos proyectos útiles en el contexto de una ciudad que requiere priorizar y agilizar estrategias de infraestructura o soportes de interacción y productividad públicos? ¿Cómo, siendo la obra de Barragán una de interés y magnitud públicamente acotada?
Está confirmado que el patrimonio arquitectónico es más valioso, más trascendente y redituable cuando este se desenvuelve y presenta activo o vivo, cuando se vincula a esfuerzos en el fomento a la interacción social en contraparte a la de denominación de patrimonio escenográfico, unidireccional o subvencionado. En un país como México, con un listado considerable de obras histórico-patrimoniales es complicado marcar límites entre la idea de su protección o intervención, de insertarlos con proyectos nuevos a dinámicas que les den vigencia en su uso o significación. Hacer con la obra de Luis Barragán cualquier tipo de intento de interacción siempre resultará un acto de indiscutible controversia. Más que un reto en discutir, es una responsabilidad y en primer lugar de los arquitectos acudir al reconocimiento que la ciudad desde la inercia de su crecimiento y funcionamiento es incapaz de discriminar el valor o la importancia entre una y otra obra, son los arquitectos quienes deben situar a la obra de Luis Barragán dentro del contexto de una ciudad con urgencia de proyectos públicos y de calidad y no en el plano de una obra únicamente susceptible a la salva guarda o veneración. Por otro lado alcanzar con la obra de Barragán un diálogo fijado al ahora y todas sus cargas de responsabilidad posibles con la ciudad desde nuevas obras de arquitectura no es una respuesta, es una opción.
Pero entonces ¿Cómo es posible referenciar las obras de Luis Barragán desde proyectos nuevos de arquitectura? ¿Cómo superar el hecho, distinto a las cualidades estéticas, de la abierta indiferencia regular de Barragán y su obra hacia la interacción con el contexto urbano? ¿Cómo resolver esta primera instancia? Y ¿Cómo hacerlo desde la urgencia de proyectos de calidad que traten o busquen dialogar con el valor de esta obra pero para asociarla con parámetros y objetivos públicos y urbanos?
Es interés situar esta y muchas más preguntas dentro del dominio exclusivo de la arquitectura y las obras a manera de vehículo objetivo, porque al final al hablar de las obras de Barragán hablamos estrictamente de eso, obras de arquitectura, ¿o no?