La ciudad en lo general y desde hace por lo menos 10,000 años ha brindado opciones de relación social altamente complejas, sin precedentes ni comparativos en cualquier otro tipo de organización, coordinación o hábitat humano, lo cual involucra y pone en movilización instancias o figuras de naturaleza objetivas y subjetivas.
Es decir, las ciudades como constructo cifrado por objetos físico-construidos, por las instituciones y por determinado grupo social se ofrece como una estructura que ha condicionado o forjado específicas concepciones del mundo y naturalmente esquemas en el relacionarse individual o colectivo incluidas casi la totalidad de nociones psicosociales occidentales-occidentalizadas conocidas por nosotros hoy día y, siendo estas indistintas a raza, geografía o tradiciones. Es por lo tanto la ciudad un esquema de asentamiento humano cabalmente innovador, constituye aquel ámbito determinante para el nacimiento, instauración y operación de instituciones, aquellas que nos rigen e instrumentalizan como la cultura, la economía, la política, las ciencias o las artes entre muchas más.
Desde un enfoque historicista, auxiliados con herramientas de la sociología, antropología, las ciencias económicas o políticas estaríamos en capacidad de advertir las múltiples orientaciones en la determinación de la ciudad y aquellas variables en su implantación o significación. Pero con lo anterior únicamente esbozamos algo relacionado con las particularidades operativas o sobre aquellos mecanismos funcionales de una ciudad, no con su identidad. Es decir, la identidad de una ciudad no se funda en cualidades físicas o en sus características socio-espaciales. Podemos hablar de las ciudades renacentistas, barrocas, modernas, latinas o helénicas como esquemas vinculados a procesos históricos, sociales, económicos o políticos particulares, que hablan de aquella área urbana especificada por una densidad de población, por los perfiles económicos de sus habitantes y sus determinantes productivas, por los patrones de la traza urbana y la implantación u orientaciones de componentes arquitectónicos o, incluso de la memoria física colectiva de específicas áreas. Pero estos elementos ya sea aislados o en conjunto constituyen en sí sesgos o singularidades que hacen justamente identificables o diferenciables a unas ciudades de otras. Estos sesgos, en términos generales, ofrecen valores relativos a cómo se formulan y experimentan las ciudades, más aún estos no constituyen alteraciones mayores en aquello que articula justamente su identidad, cifrada por su escencia y trascendencia a saber; la posibilidad consistente de una formación cívica y el desarrollo de capacidades de relación y de accionar social y político desde una perspectiva de interés o supremacía de lo colectivo.
Al aproximarse desde cualquier ámbito o perspectiva a la particular realidad de la Cd. de México nos encontraremos en primera instancia con el inobjetable hecho de saber que se trata de un esquema de ciudad que se sitúa en los límites de profunda y multifactorial crisis. Ubicada en el centro geográfico, histórico, económico, político, y cultural del país, ésta es por lo tanto, confluencia de complejas ecuaciones administrativas y sociales, espacio posibilitador de profundos conflictos y demandas en diversas instancias y magnitudes, y es la Cd. de México igualmente espacio de oportunidad para la especulación y el aprovechamiento desde sus conflictos y agendas pendientes.
La arquitectura y el urbanismo manifestados como mecanismos de transformación social partiendo de alteraciones físicas u ocurrentes posibles modificaciones funcionales-operativas en determinados sectores o incluso en la totalidad de específica ciudad, como sabemos, han sido discursos recurrentes en diversos periodos históricos, con énfasis fundamental en la modernidad. Estas argumentaciones, encontrándose alejadas de la realidad práctica, económica, histórica y de todos aquellos entramados institucionales que suponen soporte a las ciudades y la sociedad constituyen hoy día, sorprendentemente, el centro de muchas propuestas de naturaleza urbano-arquitectónicas que apelan por transformar la Ciudad de México, por modificar sustancialmente a esta bajo perspectivas simplistas, básicas a menudo irresponsables. El trabajo presentado el pasado 13 de febrero en la Facultad de Arquitectura de la UNAM por Alberto Kalach titulado Atlas de proyectos para la Ciudad de México ofrece como premisa, según el mismo Alberto, que “una nueva conformación posible de la ciudad debe apuntar a hacerla más bella, eficiente y sustentable” y partiendo de tan esencial, básica y reveladora premisa agrupa los objetivos del Atlas:
1. Lograr que la ciudad crezca dentro de sus propios límites sin devorar más territorio, aprovechando la infraestructura existente para procurar una ciudad más densa, vertical y eficiente.
2. Restaurar y proteger el entorno natural que la circunda: bosques, campos, lagos, humedales, ríos, cañadas.
3. Mejorar la calidad del espacio público. La imagen es una ciudad vertical con alta densidad pero con muchos árboles y parques.
En el fondo, el sello indeleble de las preocupaciones de Alberto Kalach en relación a la Cd. de México y la ZMVM son la buena voluntad, mezcla de irresponsabilidad e ignorancia y el deseo de figurar en diversas instancias por medio de la manifestación y manipulación justamente de imágenes que representan su interés “benéfico” por la ciudad. Como he señalado en anteriores entradas de archivo L (más ciudadanos, menos arquitectos; empoderar la ciudad), no necesitamos obras urbano-arquitectónicas que transformen las ciudades, habrá que aceptarlo, esa opción a nivel técnico, social, económico y político no es posible. No requerimos arquitectos que asuman responsabilidades que no son de su competencia.
La ciudad, sus espacios, elementos construidos y aquellas relaciones sociales que le dan soporte no son competencia de arquitectos, urbanistas, políticos o empresas, la construcción y configuración de ciudad se trata de un proceso social de poblamiento urbano en extremo complejo, un fenómeno genuinamente supeditado y representado por aquellas instituciones que deben darle soporte. Tanto la arquitectura como el urbanismo deben acudir a la figura de institución no para suplantar sus funciones, alcances u objetivos, si únicamente para representarlas o esquematizarlas. Son las instituciones y hablo de ellas al nivel de instancias genuinamente representativas de una sociedad y de sus intereses, las que están en capacidad legítima de determinar la orientación física, funcional u operativa de una ciudad. Pensar en cambiar la ciudad -cualquiera- implica el transformar, modificar u orientar aquellas instituciones que se sirven a la sociedad y que sustentan justamente a las ciudades. Esta posibilidad de transformación nunca será viable desde otras instancias.