domingo, 13 de enero de 2013

Arquitectura y el difícil caso de la economía informal


Los vendedores ambulantes, los franeleros, limpia autos y demás empoderados “ilegales” de la ciudad y sus espacios públicos representan, para la mayoría, un angustioso cáncer.

La existencia de grupos que viven en la informalidad económica o laboral dentro de la Cd. de México generalmente plantean, en los imaginarios colectivos esencialmente urbanos, lo reconozco, una incómoda y abusiva vivencia e interacción con la ciudad misma. Pero en un país donde el 60% de su población económicamente activa es informal (25 millones), es de sorprender el nivel de ignorancia e indolencia que desde la esfera “profesional” o “intelectual” de la arquitectura se busque el exterminio o la hiper-marginación de un sector social habituado a salarios miserables o a la sistemática carencia de acceso a empleos dignos, un país donde su población en condición de pobreza representa más del 70% (78 millones) del total de mexicanos, un país situado en la orfandad institucional y, vergonzosamente, en una de las sociedades más inequitativas y segregadas del mundo. Es prudente que desde la arquitectura se deban mirar las cosas con mayor detenimiento, agudeza y responsabilidad, generar juicios bajo el influjo de supuestos o abiertamente sobre la ignorancia, simplistas e inmediatos tales como "retirar ambulantes, colocar parquimetros, canelar espacios, o privatizar esquemas de relación social comúnmente de naturaleza públicos" plantea riesgos regularmente no dimensinados, habla de una orientación desde lo urbano-arquitectónico tajantemente política, aun cuando esta sea consciente o no, de naturaleza neoliberal, aquella que prescribe hacia la instancia proyectual de la arquitectura y el urbanismo la perdida de atenciones desde y hacia la esfera pública y atiende estructuraciones emanadas de la esfera privada, elitista, segregacional y, sobre todo, “capitalizable”.

Esta situación habla de profesionistas que, por un lado, no cuentan con nociones mínimas de reconocimiento o posición sensata de lo que actualmente es y representa nuestra sociedad, la mexicana y su estructuración económica, política o cultural. Habla del desconocimiento que los arquitectos como profesionales y ciudadanos tienen de esta sociedad, de cómo, bajo determinadas situaciones opera, al nivel si lo quieren de causa y efecto. Para ilustrar el anterior supuesto, cito la actual campaña de “consulta” que algunos grupos ciudadanos en últimas fechas han situado y promocionado en redes sociales, aquella que busca, con la participación vecinal “decidir ciudadanamente” la instalación o no de parquímetros y el retiro de franeleros. Esto es correcto, el mecanismo, por el motivo de ser auspiciado por un grupo ciudadano, pero es ilegitimo por la indolencia con la cual se maneja, entiende o tergiversa una situación social, profunda y gigantesca. Con la consulta y los parquímetros no se plantea una solución, se enfatiza fundamentalmente el nivel de segregación, inequidad y odio de la sociedad mexicana. Es interesante como uno de los sectores sociales menos incluyentes, un sector con un interés patente en las políticas públicas de nuestra ciudad y país solo en el sentido de “realizar” proyectos, el de los arquitectos y urbanistas, sean ellos junto con un grupo de colonos bien posicionados socialmente quienes invitan a la población a participar y decidir, y, además hacerlo desde una perspectiva sesgada, tomando partido respecto a sus intereses.

Definitivamente es necesario abrir y recurrir a plataformas de participación y decisión comunitaria aquellos teman que impactarán la esfera pública, pero es igualmente necesario ofrecer que la búsqueda de estas decisiones aseguren respuestas eficientes, cosa que en buena medida es posible con la participación, en la estructuración y planteamiento de opciones de solución, a instituciones imparciales y, sobre todo, altamente cualificadas. El límite de encausar una participación trascendente dentro del entramado social segregado e inequitativo de nuestras ciudades o centros urbanos es, el concerniente a contar, antes de cualquier preparación técnica, artística o financiera, una formación social, ética y moral consistente, la cual incida en un accionar conjunto y podamos participar en la construcción de una sociedad equitativa, con una capacidad de participación real en la toma de decisiones políticas. Es decir, necesitamos ser ciudadanos antes de todo, formados a plenitud para poder entender la naturaleza real, en este caso, de la arquitectura -o cualquier otra disciplina- y advertir la esencia de su vinculación y trascendencia social.

Partir de la arquitectura o cualquier otra disciplina y desde ella y su abstracción funcional-conceptual pensar en soluciones sobre temáticas altamente complejas, regularmente asociadas a estructuras sociales, económicas o políticas, solo mal realizamos un simulacro, uno de características atroces y grotescos resultados. Pensar que externando desde la arquitectura el rechazo a ese gigantesco sector de la población, el urbano marginado en lo laboral y lo económico, es posible reivindicar a la profesión con una función social es, sin temor a equívocos, una gran falacia y, confirmaremos con la misma la incapacidad de la profesión para situarse en el exigente contexto social específico de nuestro país con miras a encontrar verdaderas soluciones a particulares demandas o problemáticas.

Actualmente la ciudad, por su dimensión física y social posibilita la existencia de escenarios múltiples, de disputas por su territorio, su uso y significado, a menudo dispares y segregacionales. Ciudad que desde la generalidad pertenece, tanto por las inconsistencias políticas como por el empuje de intereses privados, siendo formales o informales, legales o ilegales, a quien mejor sabe explotarla. Y es en este sesgo que los franeleros y demás tribus de la informalidad, quizá por una cuestión estética, figuran de manera evidente y conspicua pero no siendo estos los artífices, en su totalidad, de su suerte y sus formas de operar. Es decir, la economía informal en el sentido estricto es una nítida representación, una de tantas, del actual esquema económico-político-social neoliberal, fracasado o no, que opera y funciona en el país y sus centros urbanos desde hace más de 30 años. Por otro lado la informalidad económica, en cualquiera de sus representaciones no deviene de una apreciación cultural del mexicano marginado urbano el cual se sienta atraído y gozoso, por cuestión profundamente sociabilizadora, en invadir los espacios públicos y, de los cuales pueda darle soporte a su bolsillo. No, tampoco es herencia de aquel pasado mítico originario de México, decantado por fabular el "morar" de sus antiguos habitantes dentro o sobre las plazas públicas. Es esta problemática, insisto, un indicador del aparato económico operativo en nuestro país que deberá resolverse bajo las estructuras de la ciencia económica, no por medio de símbolos “urbanos”. El gran reto está en decidir y trabajar por una ciudad de manera correcta y consistente, en la cual quepa la idea de una sociedad menos segregada.

No a la privatización de espacios públicos, no a la doble marginación y segregación de estratos sociales de nuestra ciudad. Si a la búsqueda de soluciones económicas, políticas y sociales estructurales eficientes, realizadas sustancialmente por especialistas cualificados.

A-20-01-2013

1 comentario:

  1. bueno, ahora resulta que eres también el defensor de los ambulantes!!!!

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