sábado, 22 de julio de 2017

Pruitt-Igoe: 45 años

Sábado, 22 de julio de 2017. A pocos proyectos urbano-arquitectónicos se les puede adjudicar un legado tan lamentable como al proyecto de vivienda social Pruitt-Igoe en St. Louis, Estados Unidos. El complejo, que contaba con 33 edificios de once niveles y construido durante el apogeo del Movimiento Moderno, pretendía ser una contribución racionalista al desafío de atención de grupos segregados y empobrecidos, así como al deterioro urbano de la posguerra. Sin embargo, tras apenas dos décadas de existencia convulsa, sufrió un final simbólico y brutal: su demolición total entre 1972 y 1976. Su caída significó no solo el fracaso de un proyecto puntual de vivienda pública, sino la puesta en crisis de las promesas sociales del Movimiento Moderno y su supuesta capacidad para transformar, radicalmente, a la arquitectura, la ciudad y la vida de las personas.

Construido entre 1954 y 1955, Pruitt-Igoe fue concebido como respuesta a la crisis urbana estadounidense de posguerra. El diseño, encargado al arquitecto Minoru Yamasaki -quien años después proyectaría el también tristemente célebre World Trade Center-, aplicaba estrictamente los principios lecorbusianos: torres elevadas sobre pilotes, espacios verdes comunitarios, separación de circulaciones y estética funcionalista. El complejo, financiado por la Ley de Vivienda de 1949, albergaba 2,870 apartamentos distribuidos en 23 hectáreas, representando la fe moderna en la capacidad de la arquitectura para transformar la sociedad.

Poco después de su inauguración, las condiciones se deterioraron aceleradamente. Para la década de 1960, el complejo sufría pobreza extrema, criminalidad desbordada, vandalismo sistemático y abandono institucional. Las causas fueron múltiples: recortes presupuestarios, políticas racistas, diseño deshumanizante, escala monumental alienante y ausencia de servicios básicos. La arquitectura moderna, con su fe ciega en la razón y la forma, había ignorado las dimensiones políticas, económicas y sociales del habitar.

El 16 de marzo de 1972, el primer edificio fue demolido mediante explosivos. El arquitecto Charles Jencks declaró que aquella fecha marcó "el día en que murió la arquitectura moderna". Las imágenes de torres colapsando fueron inmortalizadas en Koyaanisqatsi (1982), con la elegía de Philip Glass: epitafio visual de una utopía fracasada que reveló los límites del determinismo arquitectónico y las promesas incumplidas del modernismo.



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