Domingo, 12 de octubre de 2014. En una entrevista concedida al diario El País en 1986, el historiador y filósofo Edmundo O'Gorman, hermano del célebre arquitecto Juan O'Gorman, reflexionaba sobre el supuesto "descubrimiento de América", tema central de su obra seminal La invención de América (FCE, 1958):
"América no fue descubierta porque América, tal como la conocemos, no existía. Existía un pedazo de tierra en el que vivían indios, pero eso no es América. No fue un encuentro de culturas, como algunos han dicho, sino un proceso de apoderamiento de aquellas tierras por Europa para realizar en ellas su propia cultura. Antes de que culminara el proceso no existía América, pues era una masa sin ser. Y sólo lo que se nombra cobra ser", citando a Nietzsche.
La invención de América representa una contribución crítica fundamental a las estructuras de comprensión y análisis histórico. Esta obra estableció un enfoque historiográfico cuya propuesta teórico-metodológica resultó inédita para mediados del siglo XX: cuestionaba el sistema historiográfico moderno, señalaba sus fallas e inconsistencias y denunciaba la supuesta certeza de la historia oficialista sobre América.
En su núcleo, La invención de América problematiza la noción misma del "descubrimiento" y revela cómo esta idea se erige como instrumento de dominación intelectual: la cultura occidental se impone sobre los pueblos originarios de América. O'Gorman desentraña los mecanismos mediante los cuales la idea del descubrimiento legitima el rol conquistador de España y Portugal, consolidando un proceso de sometimiento tanto material como ideológico.
Vale precisar que O'Gorman se refiere específicamente a la América Latina y a la conquista ibérica, no a los territorios norteamericanos ni a la colonización ejercida por la corona inglesa en esa región.
Este planteamiento mantiene una vigencia formidable. Uno de los trabajos fundamentales de la historiografía es ofrecer mecanismos para comprender hechos pasados, indagar en acontecimientos y procesos, y construir interpretaciones desde criterios que aspiran a la objetividad. Sin embargo, este cumplimiento cabal está siempre sujeto a debate.
La historia resulta crucial para entender las sociedades y sus culturas. Pero la historiografía, en cualquier disciplina, incluida la arquitectura, al depender de quien la escribe, frecuentemente narra sucesos imprecisos o describe hechos desde la inercia e intereses de poderes hegemónicos.
Hoy, en México, vivimos en un país institucionalmente convulso, con una sociedad atrapada en la violencia, la corrupción institucional, la apatía cívica, la confusión y la segregación social. Ante este panorama surgen preguntas ineludibles: ¿Qué narrativa de la historia estamos construyendo? ¿Cómo participamos en ella?
La narrativa histórica no debe ser monopolio de ninguna disciplina o profesión. Reconocemos el caudal abrumador de datos e información en que participamos constantemente, a través de diversos medios. Pareciera que solo importa el ahora. Sin embargo, participamos inevitablemente en una crónica que debe apuntar hacia conclusiones valiosas sobre los problemas que enfrentamos como sociedad. La historia nos permite leer conclusiones, entender y asociar hechos consumados que adquieren el carácter de evidencia.
Necesitamos participar activamente en la formulación de conclusiones históricas sobre el funcionamiento de nuestro país y sociedad, para sembrar la crítica y generar comprensión sobre nuestras múltiples realidades. Hoy somos actores con la posibilidad, mínima pero real, de participar y modificar la narración de la historia y los sesgos de sus conclusiones. Por ello, todas las reflexiones que podamos reunir, compartir y discutir resultan imprescindibles.
¿Qué narrativa queremos construir?

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