El asesinato de los normalistas por parte de autoridades y crimen organizado en Iguala, es una respuesta a la amenaza supuesta por un grupo de jóvenes estudiantes socialmente organizados, quienes confiaban en la manifestación social y pública como vía para presionar a autoridades corruptas, ligadas a crímenes y narcotráfico.
Los actuales y múltiples señalamientos, reiterativos, sobre la descomposición institucional y social de México nunca serán excesivos, nunca banales. La indignación, el hastío o el desprecio hacia la clase política, empoderada de la totalidad de instituciones de gobierno y su operar, representan un vínculo entre una consciencia social, ahora amorfa y desconfiada, que aspira a ser desvelada como realidad de transformación y renovación social. No sabemos en este instante, cosa que resulta desolador, desde qué ámbito ideológico, desde qué programa y qué proyecto social y político, habrá que esperar. México es un país de dramas y problemas profundos, un país roto socialmente. Muchos de estos problemas al parecer actuales, dibujan diversas coyunturas que nos ahogan en la cotidianidad con su crudeza o brutalidad. Otros, de vieja data, arrastrados de tiempo atrás, heredados, están ahí confusos en espera de algún tipo de justicia o consideración. Tanto actuales como históricas, las problemáticas sociales y políticas hoy dramáticamente reventaron, todas estando correlacionadas en diversas situaciones y prácticas, tienen como síntesis incuestionable a la impunidad, la corrupción, la falta de rendición de cuentas y la ingobernabilidad.
Los actuales y múltiples señalamientos, reiterativos, sobre la descomposición institucional y social de México nunca serán excesivos, nunca banales. La indignación, el hastío o el desprecio hacia la clase política, empoderada de la totalidad de instituciones de gobierno y su operar, representan un vínculo entre una consciencia social, ahora amorfa y desconfiada, que aspira a ser desvelada como realidad de transformación y renovación social. No sabemos en este instante, cosa que resulta desolador, desde qué ámbito ideológico, desde qué programa y qué proyecto social y político, habrá que esperar. México es un país de dramas y problemas profundos, un país roto socialmente. Muchos de estos problemas al parecer actuales, dibujan diversas coyunturas que nos ahogan en la cotidianidad con su crudeza o brutalidad. Otros, de vieja data, arrastrados de tiempo atrás, heredados, están ahí confusos en espera de algún tipo de justicia o consideración. Tanto actuales como históricas, las problemáticas sociales y políticas hoy dramáticamente reventaron, todas estando correlacionadas en diversas situaciones y prácticas, tienen como síntesis incuestionable a la impunidad, la corrupción, la falta de rendición de cuentas y la ingobernabilidad.
Pero ¿Cómo llegamos hasta aquí? -Es muy difícil resumir un largo y complejo proceso, el mismo que cobija las múltiples crisis que nos asfixian socialmente. Sin embargo puedo señalar que las políticas neoliberales, llamadas de desarrollo económico y social asumidas por el deficiente sistema político mexicano e impuestas bajo el interés de países hegemónicos e instituciones internacionales, tienen una responsabilidad y un rol determinante. Estas políticas, definidas y mediatizadas como reformas, en México como en el resto de países del llamado tercer mundo, han agudizado el subdesarrollo, han incrementado el poder político y económico de una élite y han propiciado una brutal desigualdad social, económica, educativa y cultural. Pero lo peor, en México continuamos con la aplicación de reformas, el esquema continúa en evolución, degradando todo a su paso. Dentro de la discusión conceptual o valorativa posible sobre la actual situación del país, orientada en situar a México como Estado Fallido o Estado en Crisis, dentro del malestar social y sus observables sustentos, requerimos reconocer y estudiar las múltiples fallas estructurales del mismo sistema político, social y económico que señalamos, esto como mecanismo conveniente para fortalecer la consecución de posiciones críticas que aseguren a su vez el pulso de la situación en la que nos encontramos como sociedad y nos acerquen a algún tipo de accionar y, lo más esperable, a la definición de horizontes.
Y regresamos a la pregunta que ya se respira, necesaria ¿Cómo modificar esta realidad? -Son muchos los mecanismos. Por ahora, dentro del marco de las manifestaciones y acciones de exigencia de justicia sobre los Normalistas de Ayotzinapa asesinados es fundamental la vinculación con diversos sectores sociales y con la academia, éstos son genuinos espacios de análisis, de revisión y generación de ideas, ámbito conveniente para el reconocimiento, estudio o consecución de posiciones. No puede haber un activismo o un accionar social responsable y que logre contribuir si no se cuenta con información e intencionalidad suficiente. Tengo un profundo respeto y confianza en las movilizaciones, el accionar social, por que representan medios desde los cuales se pueden enviar mensajes que eduquen y faciliten el cambio. Pero de fondo, lo que necesitamos no es exigir más al gobierno, necesitamos que nuestra sociedad alcance plena conciencia y certeza de lo urgente que es el cambio o modificación de las estructuras del poder político actuales en México. El programa y proyecto social y político que requerimos definir e implementar, debe ser un objetivo inaplazable.
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